El
Centro Municipal Integrado de El
Llano (c/ Río de Oro, 37- Gijón), en su sesión del mes de Enero-2018 (Martes, 30, a las 19’30
horas), del Foro Filosófico
Popular “Pensando aquí y ahora”
abordará el tema «La filosofía ante la ocultación de lo humano aquí
y ahora: Sobre la “guetización de lo inmundo” bajo el “imperio de las
apariencias”?».
La sesión se plantea como reflexión general y concreta que, partiendo de tantas
evidencias del hecho de que el se humano es el único animal que huye de su
cuerpo, tal y como muestra, por ejemplo, Santiago Alba Rico en su Ser o
no ser (un cuerpo) –Barcelona, Seix Barral, 2017-… En efecto, una buena
parte de las cosas que hacemos en nuestra vida van dirigidas al precario intento
de huida de nuestro cuerpo mortal (desde las dietas hasta el inmersión, casi
desesperada a veces, en la cosmética y la moda indumentaria; desde el intento
de sobrecompensación en las diversas disciplinas de culto al cuerpo hasta el paroxismo de la gastronomía y la
concepción de “lo saludable”;…), y por eso las envolvemos en una logomaquia
entre metafísica y mística. La turbulenta adolescencia propia de la cultura occidental (tan distinta de la
de otras culturas, como señalara ya en 1928 Margaret Mead en su Adolescencia,
sexo y cultura en Samoa) nos hace conscientes de nuestro cuerpo, y “nos
obliga a “contraerlo” como si de un mal incurable se tratase… Un mal con el
que, en episodios más o menos agudos, contando con más o menos paliativos,
tendremos que cargar ya toda la vida. Así que hemos creado sociedades
(económicacamente desarrolladas y subdesarrollantes de las que no lo están) que
gastan buena parte de su capital cultural
en la creación de un imaginario de
negación de la corporeidad como esencia humana.
Una
ocultación que, ligada por el poder a
las emociones derepugnancia y vergüenza, puede ser arteramente
utilizada como elemento de exclusión social
(desde un imaginario de lo límpido que los condena a lo imnuindo) y geográfica
(desde procesos de guetización en suburbios marginales o centros urbanos degenerados) de
colectivos que no participan de ella, que no participan de la huida de su
cuerpo y sus excrecencias… Esto que, junto a sus proyecciones normativas en
leyes es recogido desarrollado lúcidamente por Martha
Nussbaum (El ocultamiento de lo humano: repugnancia, vergüenza y
ley, 2004 –con edición castellana en
Katz, 2006-), muestra que la repugnancia
ha sido utilizada a lo largo de la historia como un poderoso instrumento al
servicio de los esfuerzos sociales dirigidos a la exclusión de grupos y
personas: nuestro impulso hacia la ruptura con nuestra condición corpórea (animal)
es tan intenso que ya no nos basta con proscribir heces, cucarachas y animales
rastreros o viscosos; necesitamos un grupo de humanos para unirnos contra
ellos, un “otros” que demonizar, una alteridad que podamos cargar de perversiones
y máculas para situarla en el límite entre lo humano y lo asimilable como
vilmente animal… Y es que ha de ser posible pensar, incluso, en la repugnancia y el asco que puede llegar a
provocarnos (véase la certera y prolija Anatomía
del asco, 1997, que nos ofrece William
Ian Miller –con edición castellana en Taurus, 1998-) para enfrentarnos al hecho
de que buena parte de la historia de las ideas de estos últimos doscientos años
se ha construido sobre la consagración de la idea de lo límpido como poderoso principio civilizatorio y garante de la
consolidación de la modernidad frente
a la barbarie. Así lo ha hecho desde
un imaginario del higienismo en el
que las excrecencias del cuerpo (materiales y simbólicas) constituyen el núcleo
generador de prácticas condenadas por prejuicios y temores al secretismo y la
ocultación… Toda cultura, toda sociedad,
todo pueblo a lo largo de la historia y en cualquier lugar del planeta se ha
ocupado del cuerpo, de sus cuidados y conflictos relativos a la sexualidad, la
manifestación de emociones, la higiene,
la moralidad, la dietética, la indumentaria o las diversas prácticas para su
mantenimiento, pero lo ha hecho con la voluntad de generar un estado de cosas al servicio de esa instrumentalización normativa excluyente
de grupos humanos, en una suerte (o desgracia) de orden desordenado que debe ser sometido a crítica… Porque, si
dejamos de preguntar (y preguntarnos) por lo
incuestionable, acabará por multiplicarse “lo que no admite
cuestionamiento”… Y es así que el “pensar” y el “decir” no puede partir sino
del asombrado interés por temas cotidianos capaces de despertar un legítimo y
desinteresado amor a la verdad…
¿Puede, por ello, nestro pensar y saber mostrarse ajeno al déficit de
satisfacción de las necesidades básicas de tantos seres humanos que malviven
estigmatizados y repugnados en “lugares inmundos” –lugares a los que se condena
también los “saberes residuales”, verdaderas excrecencias del pensamiento en un
mundo gobernado por la límpida utilidad y el beneficio inmediato-?.
Y es que, como señalaba el psicoanalista
francés Dominique Laporte en su Historia de la mierda (1978 –edición
en castellano en Pretextos, 1998-), «De
la mierda no se habla. Pero ningún objeto, ni siquiera el sexo, ha dado tanto
que hablar, y esto ha ocurrido siempre»… Y así sigue la cosa, porque sin un
reconocimiento de la primacía del cuerpo
(y sus excrecencias) se hace
imposible una sociedad en al que aún sea posible una atmósfera que permita que
nos cuidemos unos a otros; que, frente al desarrollo mercantil del mito de la inmortalidad, sea capaz de
valorar y acoger afectuosamente el nacimiento y la muerte…
¿Debemos,
por ejemplo, acatar una lengua, escrita y hablada, “higienizada por lo políticamente
correcto” para evitar cualquier posible “contagio
indeseable” por la presencia de lo
inmundo?. Porque allí donde los cuerpos disciplinados hasta el disparate
del bodybuilding se consideran
“impecables”, la demonización de sus sudores, de lo excrementicio, de la
basura, de lo sucio es un instrumento valioso para quienes pretenden controlar
esos cuerpos y sus comportamientos… Fueron primero ideas como la de “pureza
excelsa” las que, coligándose con otras
como las de “virginidad” o con la condición de “inmaculado” en la voluntad de
instituciones “rectoras de cuerpos y almas” (como la Iglesia o la Escuela),
convirtieron la idea de “mancha”, de “mácula”, en un núcleo trascendental de
estigmatización que, al fundir en su deshonra a las “gentes anormales” con las
“moralmente sucias”, hace aflorar el espacio, simbólico y real (pongamos, por
ejemplo, el “gran encierro” foucaultiano),
que reúne a “los inmundos corpóreos”, y, paradójicamente, ese “lugar
propicio a los que están fuera del mundo” (parafraseando el verso de Ángel
González), en sus periferias (o en sus centros rotos, ocultos, invisibles para la normalidad higienizada), no puede ser
otro que el lugar casi secreto (a ojos de la voz bien pensante que define y tiene ocasión para imponer esa normalidad) en el que se funden y confunden
basuras, nativos, campesinos, emigrantes, clandestinos y desahuciados de todo
tipo, desechos varios y todo tipo de residuos y excedentes… Son los límites de
nuestras ciudades (internos, a veces) donde habitan nuestros peores temores de
“ciudadanía normalizada”, de “seres de este mundo”. Por eso se sitúan barreras
entre un “nosotros”, limpios
urbanitas, y un “ellos”, habitantes
de lo inmundo, apenas un velo que nos aporta un poco de seguridad y cierta
confianza… Porque lo corpóreo debe
ser condenado a la negación simbólica,
al ocultamiento precario bajo las raídas alfombras sociales de lo inmundo. Pero, a fin de cuentas, la
certeza más evidente de nuestra vida es que un día la perderemos, que en algún
momento, antes de cien años, vamos a morir y que nuestro cuerpo corrupto
desaparecerá en asqueroso y repugnante fango; es decir, el mero hecho de
nuestra corporeidad nos remite
inexcusablemente a lo infame. Así
que, como nuestro orgullo choca con su condición mortal y limitada por ese
escatológicamente bíblico (con ecos de bolero de Los Panchos) “retorno al
lodo”, en nuestra cotidianidad se suceden dudas e ilusiones en un ejercicio de
humano (y filosófico) asombro que nos sitúa ante nuestra verdadera esencia;
porque ha de ser esa conciencia de repugnancia y vergüenza inevitables la que
nos permite superar el aséptico mito de
“lo límpido” (que impone cosmovisiones en las que todo está claro, es
perfectamente lógico y permanece “en el sitio que le corresponde”)... Para
seguir interrogándonos, reevaluando nuestra relación con las cosas,
reorganizando lo que nos rodea, matizando las convenciones y buscando puertos
de amarre persuadidos de que siempre serán precarios. La duda, esa piedra angular de la modernidad
cartesiana, sigue siendo, m´ñas allá de la pasión poética de Gabril Celaya (“La poesía es un arma cargada de
futuro”, en Cantos
íberos, 1955), nuestra verdadera “arma
cargada de futuro” y, por ello, debemos preguntarnos (como decía Bakunin, «quien no duda, no avanza»): ¿seríamos
mejores seres humanos si entramos en conflicto con las convenciones más
establecidas que separan lo “normal” de lo “inmundo”?, ¿cabe exigir en todo
lugar y tiempo que, más allá de correcciones
políticas, la asunción de la propia corporeidad, infecta y escatológica, ha
de ser punto de partida de cualquier acción política (a fin de cuentas,
corporeizar el tópico agustiniano, «hombre
[corpóreo] soy y nada de lo que es humano me es ajeno», sería ya un
principio revolucionario)?. Porque sin
reconocer y valorar el propio cuerpo como esencia, ¿cómo recuperar un horizonte
de cuidados comunes, cómo revalorizar
el sentido del nacimiento y la muerte?.
Todo ello será desarrollado
por el propio coordinador del Foro, José Ignacio Fernández del Castro, que, como siempre,
facilitará a las personas participantes un dossier con documentación
sobre el tema abordado (incluyendo el guión de la sesión, recomendaciones
bibliográficas y cinematográficas, e informaciones de interés). Tras su
intervención (e, incluso, durante la misma) habrá un debate general entre todas
las personas presentes. La sesión tendrá lugar en el Aula 3 de la Segunda
Planta , con asistencia libre.
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